San Nicolás y el Niño Jesús, según la versión que le ofrecí a Luis Eduardo a lo largo de estos ocho años, entregaban regalos a todos los niños del mundo y se turnaban, Santa iba a unas casas y el Niño Jesús a otras.
- Mi (es una forma apocopada que muchas veces usa para decirme mami), cómo San Nicolás y el Niño Jesús saben qué es lo que yo quiero de regalo.
- Porque ellos lo ven todo hijo, ellos están anotando todas las cosas que los niños que se portan bien le piden a sus padres, ellos son como Dios.
- Mi, cómo va a entrar Santa si aquí no hay chimeneas.
- Eso no importa; si hay chimeneas él baja por allí, sino atraviesa las puertas y las ventanas como lo hace Dios y sino le pide el favor al Niño Jesús. Tú sabes... ellos dos son amigos.
- Mi, cómo ellos saben en dónde voy a dormir.
- Porque ya te he dicho, ellos lo ven todo.
- Mi, por qué me dejaron el regalo debajo de la cama.
- Porque tu tío Roberto estaba borrachito y en el sueño hablaba muy duro y el pobre Niño Jesús como es tan chiquito se asustó y no quiso caminar hasta el arbolito.
- ¡Viste mami! Me fui a casa de mi biológico y ese San Nicolás o el Niño Jesús me llevaron un barco rosado, como si yo fuera un "parchita". No voy a pasar más la navidad en casa de mi papá. Voy para el 31.
- Mami, a Andrés no le regalaron nada.
- ¡Ah hijo!, lo que pasa es que a veces no hay más regalos en el depósito y Santa visita, antes de noche buena, a los padres de los niños que se quedarán sin regalo, les pide dinerito y le preguntan en qué tienda deben comprarlo y si los padres tienen el sueño pesado, como la mamá y el papá de Andrés, a lo mejor no escuchan cuando Santa los viene a visitar. No ves que yo sí me levanto rapidito con el menor ruidito o cuando tú me llamas en la madrugada.
- Mami, mis amigos de las tareas dirigidas dicen que eso del Niño Jesús y San Nicolás es mentira, que son los padres los que ponen los regalos.
- No hijo, eso es que, a lo mejor, ellos son medio terribles en sus casas, se portan mal y entonces Santa le dice a los padres, alguna de las noches anteriores, que no le dejarán más regalos al niño. Es por eso que los papás -para que el niño no esté triste- le compran un regalito.
Luis Eduardo tiene ocho años, yo hubiese querido dejarlo cultivar la ilusión de San Nicolás y el Niño Jesús hasta que cumpliese 18 años. Bueno, tal vez hasta los once o doce, pero desde el año pasado comenzó a correrse, fuertemente, el rumor de que ni Santa ni el Niño Jesús existían, así que -aunque se me partía el corazón cada vez que mi esposo me preguntaba: "¿Qué vamos a hacer con lo de los regalos?" o me decía: "El niño va a pasar por estúpido en la escuela cuando diga que le trajeron los regalos"- comencé a introducir en su mentecita la idea de que a los ocho años es cuando San Nicolás y el Niño Jesús dejan de traer regalos; que quizá este año sería el último, pero que no se preocupara tanto que igual iba a tener un regalo de nosotros para él por el simple hecho de ser Navidad.
Entonces me pelaba los ojos y me decía sonriente: Mami, dime... qué me van a regalar.
- No sé hijo, un regalito, no muy grande, un detalle de navidad.
- Anda, mi, dime... no seas mala, viste como eres, después quieres que yo sí te cuente todo.
Obviamente, que esos chantajes me daban mucha gracia, pero igual no le decía y evitaba hablar más de la cuenta.
Después que recibió las vacaciones de Navidad Luis Eduardo preguntaba todos los días qué día era, contaba los que faltaban para el 24 y cada vez que ponía la mesa o arreglaba la cama sin que se lo pidiésemos decía:
- Viste que me estoy portando bien... ya estamos cerca del 24. Se frotaba las manos como cuando la gente tiene frío o ha apostado al caballo ganador.
Un día, le dije: debes portarte así todo el año, no sólo por estos días.
- Nooooo, mami... eso es para que me traigan regalo, nada más.
El 22, 23 y 24 fueron días desesperante cada una o dos horas preguntaba qué día era y parecía no entender que sería el 25 el día que vería los regalos. Ya no recuerdo el número de veces que debimos explicarle lo mismo.
El 24 estaba lleno de alegría, en la noche cenó y se quedó conversando hasta las 11:45 pm, hablaba de Perú, de Rusia, de China y de no sé cuantas cosas más. Nos buscó el Atlas y nos leía la moneda, la religión, el número de habitantes y otras características generales de cuanto país le preguntásemos. Cuando le dije que ya estaba cercana la media noche y pronto Santa y el Niño Jesús comenzarían a entregar regalos y si él no estaba dormido pasarían de largo salió corriendo y en menos de 10 minutos se cepilló los dientes, se puso la piyama y se había acostado. A diferencia de los días anteriores, en los que había tardado muchísimo en dormirse y pasaba horas leyendo la Guía Turística de Valentina Quintero y aprovechaba cada vez que pasaba frente a su cuarto para hacerme comentarios sobre lo lindo que es Venezuela, esa noche se durmió muy rápido.
A las doce estabamos muertos de cansancio, pero debía envolver el regalo de Santa, el de nosotros y el de mi esposo y mi esposo a su vez debía envolver mi regalo.
El regalo de Santa era una bolsa de boxeo, casi del tamaño de él, y unos guantes, así que después de envolverlo lo metí en el saco transparente que me dieron en la tienda y como se caía y no quería dejarlo tirado bajo el árbol de navidad lo dejé recostado de la pared en la que está la ventana que da a la calle, lo tapé con las cortinas para que fuera emocionante la búsqueda y le dejé sobre la mesa de centro la carta de San Nicolás. Era una carta que esa tarde Michael y yo habíamos escrito fechada el 24 de diciembre y con dirección del Polo Norte. Tenía una imagen central de San Nicolás con su saco lleno de juguetes y una explicación del porqué a partir de ese momento le dejaba su último obsequio y relegaba en padres y familiares la tarea de hacerle los regalos de navidad.
Yo me moría del sueño. Me cepillé y me acosté.
Al día siguiente me despertaron dos toquecitos leves en la puerta.
Eran de Luis Eduardo y lo que me extrañó es que para ser 25 debía estar brincando de alegría y haberme llamado con un escándalo como es su costumbre.
- Qué pasó hijo. Le dije desde la cama todavía media dormida y extrañadísima.
Me dijo muy bajito: ¡Santa no me dejó nada!
- ¿No te dejó nada? ¿Estás seguro? Vuelve a buscar, ya me levanto y te ayudo.
Contenta de verle la cara que pondría cuando consiguiese el regalo me levanté rapidito y lo vi sentadito en su cuarto de juego con la cabeza hacia bajo y la carta de San Nicolás.
- ¿Qué te pasa hijo? Le pregunte con todo el amor del mundo al verlo tan triste.
Levantó la carita y miré sus ojitos rojitos y llenos de lágrimas. Me mostró la carta y con voz entrecortada me dijo:
- No va a venir más, mira, me dejó esta carta.
- Ve a buscar bien. Revisa debajo del mueble y por los costados.
- Mami... -me dijo mientras se secaba con rabia las lágrimas que le corrían por la cara- ya busqué, yo me paré a las siete y son las nueve mami ¿acaso no entiendes?
- ¿Y por qué no me levantaste antes?
- Porque me fui a llorar a mi cama y no te quise despertar tan temprano porque trabajaste mucho ayer haciendo comida.
¡Dios!, me provocó pegarme un tiro al ver la tristeza de mi hijo, sentir la pena de un niño llorando tal decepción durante dos horas y pensando en que tal vez la redacción de la carta había sido muy compleja para él. Llamé a Michael sin saber qué hacer y cuando se acercó a la habitación le dije que lo calmara y me diera chance a cepillarme.
Dejé la puerta abierta del baño y le dije mientras me lavaba la cara que ya iba a leer bien esa carta porque segurito ese San Nicolás se había equivocado de casa y de niño.
No sé qué pasó, pero Michael lo llevó de vuelta a la sala y desde el baño le oí gritar de felicidad. Vino corriendo y me repetía loquito de contento:
- Mamiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.... sí me trajo un regalo grandote, ven para que lo veas.
Terminé como pude, no me pregunten qué tan limpios me quedaron los dientes esa mañana, y cuando llegué a la sala estaba rompiendo como podía el regalo.
Cuando le pregunté en dónde lo había encontrado me señaló detrás de las cortinas y me dijo:
- Ese San Nicolás es loco mami, me lo dejó aquí escondido -me señalaba con la mano el sitio- segurito andaba apurado.
- No Luis, tal vez es que se asustó por la cantidad de cohetes que estaban lanzando los muchachos, tú no oías porque estabas dormido, pero eso parecía una lluvia de truenos.
- Sí, a lo mejor, porque ve que lo dejó cerca de la ventana.
- Yo creo que se asustó, porque ¡mira que dejó hasta el saco...! Por eso es que yo creo que lo asustó los cohetes, no ves que tu regalo fue el último. Pobrecito, le debía pesar porque es bien grande.
- Sí, segurito que fue eso.
- ¡Te gusta esa bolsa de boxeo?
- Sí mami, él sabía exactamente lo que yo quería. Porque es exacto como yo te había dicho hace tiempo... ¿Te acuerdas?
- No hijo, no me acuerdo, pero qué bueno que te guste. Vamos ahora a buscar los regalos oficiales de navidad. Espera aquí.
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