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Niño pelúo


Tengo días sin escribir en este blog porque las ocupaciones de ser nuevamente madre de un niño nuevecito de paquete y el trabajo me dejan sin espacio y cuando lo tengo sólo quiero leer, sentir que estoy conectada con lo que está pasando en el mundo, ver televisión y abrazar a mi bebé. Pero he sacado el tiempo porque este evento lo merece:

Mi hijo mayor tiene 11 años y está en el proceso de la adolescencia. Ya le dio por retarme, preguntar mil veces sobre el porqué no puede hacer tal o cual cosa y tiene actitudes de chico “adulto”, está declarado, él se quiere sentir todo un adulto. Más allá de sus arrebatos sé que será un buen muchacho y que esto se le pasará. Sólo espero que no le dure mucho tiempo.

De ese querer ser grande viene el suceso a contar, pero que deriva de una serie de acontecimientos anteriores.

El día que Luis vio a su hermanito se asombró de que éste tenía el cabello negro muy abundante y vello en los brazos y piernas, algo que difiere absolutamente de él que es más bien rubiecito y lampiño. Días después dijo que quería teñirse el cabello para parecerse a su hermano, pero no es una idea que le surgió por querer volver a ser bebé o por llamar la atención. Su asunto venía de un anhelo manifestado desde hace un año más o menos. Él quiere tener pelo corporal.

El año escolar pasado llegó un día de la escuela y me llenó de susto con los gritos de ¡mamáááááá!. Luego de calmarle la emoción para que me pudiera decir lo que le pasaba me dice: ¡Mamá, tengo vello cúbico! Jajajajaja Se imaginarán la enorme carcajada que lancé, si es que las carcajadas tienen tamaño. No podía dejar de reírme y él con cara de molesto me miraba hasta que me dijo: ¡Viste como eres, ya te estás burlando de mí! Traté de explicarle el por qué me reía y le pregunté cómo sabía que tenía vello púbico. Según él, se había visto en el baño de la escuela un pelito chiquitico entre amarillo y blanco. Otra carcajada y olvido el asunto.

Luego vino con el cuento, ese fue seguido y durante varios días, de que tenía pelo en las axilas. Me decía que lo viera y pretendía que agarrara una lupa, porque yo no veía nada. Al paso de uno o dos meses se comenzó a ver los bigotes. Ese fue un tema que se convirtió en permanente y que le dio trabajo por varios meses. Con eso era más difícil sacarlo de su loca terquedad porque, como todo el mundo, sí tenía vello sobre el labio superior, el asunto es que él insistía que eran bigotes. Mi esposo y yo le explicábamos incansablemente que tener bigotes es una molestia, que debe afeitarse a diario y todo el blablabla respectivo, pero él nada. Él tenía bigotes y nadie podía convencerlo de lo contrario. Fue por esto que un día voy al baño y al tomar una afeitadora para rasurarme me doy cuenta de que estaba cubierta con una pelusita amarilla clara. Como buena mamá supe que el carajito se había afeitado. Cuando salí del baño le llovieron todas las posibilidades de que le pudiera pasar algo, el discurso de la falta de respeto por usar mis cosas y su sentencia de posible muerte en mis manos. Él, como adolescente tonto, sólo me dijo: ¡ah, viste que sí tengo bigotes!

Después del incidente del baño sus ideas locas de querer pelo parecían olvidadas hasta el nacimiento de su hermano. Yo, como buena madre pincha sueños no quiero que se haga falsas ilusiones. Su padre biológico es de poco pelo corporal, mis hermanos también y su futuro está signado también por la escasez de pelo. Se lo digo muchas veces, pero él ve a su hermanito, al que tuve que afeitarle las patillas a los siete días de nacido porque parecía Simón Bolívar y creo que de alguna manera eso le da envidia. Pero lo que Luis aún no comprende es que su hermanito tiene un padre con mucho vello corporal y lo lógico es que haya nacido con una disposición genética que él no posee y anhela.

Bueno, el asunto es que ayer le corté el cabello porque lo tenía tan largo que si no se echaba gelatina parecía tener incorporado un casco de bicicleta. Lo dejé barriendo el cabello y fui a hacer otra cosa, cuál fue mi sorpresa que el niño me llama: ¡Mamá, ven a ver algo! Y cuando llego a la habitación me encuentro con que el señorito se había pegado -con el gel de afeitar de mi esposo- todo el cabello en el pecho flacucho en el que se le ven las costillas. Me reí a carcajadas hasta que me dolió el estómago. Entonces mi esposo sale de nuestra habitación y él se voltea y se le cayó el pelero jajajajajajajaja. Se pone las manos en la cintura como Superman y le dice: ¡Ve papi, me salió pelo, tu pronóstico de que seré lampiño no se cumplió!
Risas y más risas. Le tomé una foto con mi celular, pero se movía tanto y se tapaba que no salió buena, pero parecía que tenía barba en el pecho, porque se la pegó justo en el centro.
¡Cosas de niño! Algún día odiará tener bigote, ese día le voy a dar esto para que lo lea y también me voy a reír de él.

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