Hoy estaba lavando el baño. Es una tarea que disfruto mucho porque me encanta entrar, ver todo limpiecito y con olor a desinfectante y ambientador. Así que todas las semanas lavo mi baño con esmero y si en algún momento de la semana tengo un chance lavo el lavamanos, la poceta y ordeno todo nuevamente. De hecho, he enseñado a mi hijo a que procure, después de cepillarse, limpiar con agua el lavamanos para que no deje rastro de pasta dental. Ya saben, se seca y da un aspecto de desaseo horrible. Aunque hay otro aspecto del uso del baño que Luis no domina bien, no pierdo la fe de que pronto termine por aprender: subir la tapa que bordea la poceta y orinar adentro. Cuando lo veo entrar al baño o escucho, desde el cuarto, que está orinando (porque es especilalista en dejar la puerta abierta) le grito: ¡Apunta bien! ¡No hagas como la regadera! ¡Si voy al baño y llego a ver gotas por allí vas a tener que lavarlo completo! Sí, ya sé que ese chamo tardará años en darse cuenta de lo que yo ...
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