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Mostrando entradas de junio, 2010

¿Una madre ladrona...?

La señora Adela, quien vive en planta baja, le dio a mi hijo dos grandes puñados de ciruelas silvestres. De ésas que mancharon casi toda mi la ropa cuando era niña y que cuando maduran son amarillas y jugosas. Ésas que compiten con el sabor del Jobito (ésa insignificante frutica que nace de un árbol siempre inmenso, que madura e inunda de olor dulce el campo y que siempre hay que recogerlo del suelo porque nadie quiere montarse en un árbol cuyo fruto se encuentra disperso y que promete una caída con huesos rotos incluidos… ¡Ah!, el Jobito, lástima que todos los que he comido en mi vida han estado golpeados por el viento, comidos por pájaros o rotos a causa de los palitos que se le encastran en su delicada y fina piel cuando caen de ¡semejante arbolote! ¡Se me olvidaba!, iba por las ciruelas silvestres. La señora Adela le regaló unas ciruelas verdes a mi hijo, quien, como pudo, las trajo apretadas contra su pecho para poder subir los tres pisos del edificio y llegar a nuestro apartame...